Drama en tres tiempos: Unión Europea, Estados Unidos y China en un mundo en transición

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Imagen: Fabrice Debatty / Flickr

El debilitamiento de las relaciones de China con la Unión Europea y Estados Unidos plantea un nuevo orden en el que los actores tratarán de ser autosuficientes en asuntos energéticos, tecnológicos y comerciales, y los inversionistas institucionales quedarán expuestos a la volatilidad de precios que acompaña a la incertidumbre política y presionados para tomar partido por un bando.


El pasado 10 de octubre de 2022 Josep Borrell, alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, dirigió unas palabras de apertura en la Conferencia Anual de Embajadores de la Unión. Frente a este grupo reconoció uno de los grandes problemas que enfrenta esa región desde hace varios años: haber desvinculado las fuentes de su prosperidad de las de su seguridad.

La prosperidad europea se apoyaba en dos pilares: 1) energía barata procedente de Rusia, que se suponía asequible, segura y estable; y 2) acceso al gran mercado de China, que ofrecía la posibilidad de exportar bienes de alto valor agregado e importar una amplia gama de productos (desde los últimos avances tecnológicos hasta productos de consumo masivo) a precios muy económicos.

El conflicto en Ucrania ha mostrado a los europeos que necesitan reconstruir las fuentes de prosperidad y, en el proceso, evitar errores del pasado. Depender energéticamente de Estados Unidos o de los países del Golfo Pérsico es cambiar un socio comercial inadecuado por otros que, en algún momento, podrían repetir la conducta de los rusos.

Desarrollar una nueva matriz energética para Europa requerirá no solo hacer un enorme esfuerzo económico, sino también aceptar un perfil de precios energéticos mucho mayores que los acostumbrados, con el impacto inflacionario de largo plazo que esa matriz traerá consigo. A esto se agrega que la disminución de la participación de China en la mezcla de exportaciones de países como Alemania será un desafío de marca mayor.

Mientras Borrell describía a los miembros de su cuerpo diplomático el nuevo mundo que ya están enfrentando, el presidente Biden lanzaba una importante medida para desacoplar tecnológicamente a su país del gigante asiático. A partir de este momento, China pierde el acceso a la tecnología desarrollada en Estados Unidos.

Las nuevas restricciones no se limitan a la exportación de chips semiconductores estadounidenses de alta gama. Se extienden a cualquier chip avanzado fabricado con equipos estadounidenses. Esto incluye a los exportadores de Taiwán, Corea del Sur o los Países Bajos. La prohibición también se extiende a las «personas estadounidenses», lo cual incluye no solo a ciudadanos estadounidenses sino también a residentes.

Estas restricciones acaban con las estrategias de producción global y obligan a las empresas a tomar partido por una de las dos principales economías del mundo. Este desacoplamiento tecnológico tendrá consecuencias mayores, pues los chinos dejarán de tener acceso a componentes que podrían usarse para producir no solo equipos bélicos, sino también equipos que mejoran la calidad de vida de la sociedad en general.

Los cambios inducidos por los conflictos políticos chino-estadounidenses, que obligan a ajustar los modelos de negocios de las empresas internacionales, también tendrán un impacto en la estructura de precios de bienes y servicios. Crearán presiones inflacionarias de largo plazo.

Los europeos se preocupan por los cambios en sus pilares de prosperidad, y el presidente Biden por garantizar que los chinos no avancen en su meta de rescribir el libreto de la geopolítica mundial. Pero, en el caso de China, ¿qué ocupa al presidente Xi?

Los entretelones del desarrollo del Vigésimo Congreso del Partido Comunista Chino (PCCh) proporcionan una pista: Xi parece tener dos preocupaciones. La primera es consolidar una nueva élite que le permita conservar el poder de manera indefinida; y la segunda, demostrar que la innovación y el desarrollo científico y tecnológico pueden dirigirse desde la política.

Mientras que Deng Xiaoping se preocupaba por impulsar el crecimiento económico del país (y pagar el precio de ampliar las brechas de desigualdad entre la población), Xi Jinping tiene como prioridad alcanzar «la prosperidad común», aunque esto implique sacrificar parte de los logros económicos de los últimos cuarenta años. Dentro de la nueva élite china no están los magnates que gozaron del favor de Deng Xiaoping, a tal punto que la asistencia del sector privado al Congreso del PCCh ha caído casi un cincuenta por ciento desde que Xi Jinping asumió el poder. Estos empresarios son percibidos como una amenaza potencial para el partido.

En esta nueva edición del Congreso del PCCh solo 18 de los 2.296 delegados ocupan puestos ejecutivos en grupos privados, y solo tres de ellos representan a las 500 empresas de mayor tamaño del país. Compárese este número con los 34 ejecutivos del Congreso de 2012, cuando Xi asumió el cargo, y los 27 de 2017. La nueva élite es más valorada por su lealtad al presidente Xi que por sus méritos empresariales.

¿Cómo lograr que la nueva élite sea el brazo ejecutor de la visión de Xi sobre la innovación y el desarrollo científico y tecnológico? Esta pregunta aún no tiene respuesta, pero es sin duda uno de los temas más acuciantes para quienes detentarán el poder en el próximo quinquenio.

El tejido empresarial chino sufrirá una fuerte sacudida a corto plazo. El sector inmobiliario y la industria de la tecnología financiera (fintech) cederán su protagonismo a actividades que reduzcan la vulnerabilidad del país y consoliden su autosuficiencia. China tendrá que acelerar el desarrollo de los chips semiconductores de alta gama, de los cuales Taiwán —el hijo descarriado del País del Centro, nombre con el que los chinos denominan a su país— es el principal productor mundial.

Mientras tanto los europeos tendrán que afrontar los retos energéticos y tratar de colocar en otros mercados los bienes y servicios que hoy colocan en el gigante asiático. Por su parte, los dos grandes partidos políticos estadounidenses competirán por mostrar cuál es más agresivo para enfrentar las amenazas que vienen de Asia.

¿Cómo quedan los inversionistas institucionales en este orden emergente? Muy expuestos a la volatilidad de precios de los activos financieros, que siempre acompaña a la incertidumbre política; muy expuestos a las tendencias inflacionarias que trae consigo la desglobalización, y muy presionados para tomar partido por uno de los dos gigantes que ya, al menos en términos comerciales, se declararon la guerra.


Carlos Jaramillo, director académico del IESA.

Este artículo se publica en alianza con Arca Análisis Económico.

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